Es como cuando susurrabas
y todo se callaba al rededor
para que pudiese escucharte.
O como cuando sonreías,
me sonreías y todo lo demás
se desenfocaba, no existía. Daba igual.
O como cuando me acariciabas
con tus manos, tan dulces que hasta sabían sin probarlas.
O como cuando volvía a casa y
seguía oliendo a ti. A mí. A ti conmigo.
Cerré los labios,
callé mis ojos,
y crucé los dedos;
esta vez no para pedirte,
más bien para pedirme y
volverme a encontrar
en el lugar que yo decida,
para que después podamos
conjugar miles de verbos,
empezando por la segunda para
llegar a la conjugación perfecta del “beber”,
que solo puede ser contigo o
a ti.
Pasar por la primera,
con el "amar",
hasta que el fin del mundo
venga
y nos pille bailando sin
miedo,
saltando de alegría,
y haciéndonos los muertos cuando
respiremos realidad
al llegar al suelo,
porque es la única manera de
afrontarla,
y es maravillosa.
Si estás.
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